La dignidad de la atención
- Oscar Eduardo Benitez
- 2 sept
- 3 Min. de lectura

El celular que suena, que vibra, que brilla. La atención que salta de un lado a otro.Miro la pantalla: un recordatorio, cinco mensajes, una notificación de algo que no pedí. El día ya empezó, pero todavía no sé si yo quiero empezar.
La experiencia de lo cotidiano va más allá de lo físico.La mente no para. El mundo no para. Es inabarcable.
Necesito tiempo, todo sucede demasiado rápido. Con la aceleración algo se pierde de forma silenciosa. El margen para decidir, la capacidad de habitar el momento, la conexión con lo que no tiene utilidad inmediata. Puedo ajustarme al ritmo, pero a poco, automatizo gestos, respuestas, conversaciones.Rutinas se encadenan, a veces, sin espacio intermedio. La vida se vuelve una secuencia de comandos.Exacta.Predecible.Cuesta respirar.
En ese proceso, se diluye lo que me hace humano: El sentir, la reflexión, el pulso propio, el asombro.
De alguna manera, también así nos robotizamos…
La sensación de no tener tiempo
La falta de tiempo no es un hecho físico. Es cultural. El reloj sigue marcando veinticuatro horas, es nuestra experiencia subjetiva la que encoge. ¿Nuestra humanidad?La alienación, otrora circunscripta al trabajo, hoy se extiende a toda nuestra existencia. La paradoja es clara: nunca hubo tantas herramientas para ahorrar tiempo y, sin embargo, nunca se sintió tan poco.La neurociencia confirma que la fragmentación atencional y la sobrecarga cognitiva generan una percepción sostenida de prisa, incluso sin demandas extremas.
En la lógica de la sociedad de rendimiento, el aroma del tiempo se ha perdido. Todo se calcula, se optimiza, se monetiza. Lo que no rinde, no cuenta.
Este mito moderno legitima la ocupación total de la vida por parte de las lógicas del trabajo y del consumo. Incluso en los vínculos afectivos. Entre tanto, lo que se pierde no es tiempo en sí, sino la capacidad de habitarlo con presencia.
La atención como campo de batalla
La atención es hoy un recurso estratégico y un territorio en disputa.Empresas, medios, plataformas y estructuras de consumo compiten por capturarla. Además cada segundo retenido, también se convierte en dato, en consumo potencial, en una posibilidad de influencia.
La sobreestimulación refuerza hábitos de dispersión. Erosiona la capacidad de sostener la concentración.
Cada interrupción deja un residuo atencional: restos de energía cognitiva que enlentecen, que agotan. También, en el trabajo, esta captura extiende -¿Y amplía?- la jornada de forma invisible y normaliza la disponibilidad permanente.
La atención se convierte así en una nueva fuerza productiva, explotada sin reconocimiento. Es un conflicto comparable a las luchas históricas por el control de los medios de producción o la jornada de trabajo. Solo que ahora la explotación es íntima, silenciosa, invisible. Un violencia sistémica, estructural.
El arte de detenerse: ritual, vaivén, respiración
El vaivén entre acción y pausa es natural. Ignorarlo agota. Incorporarlo restituye el discernimiento.
El corazón no late siempre igual. Se acelera en la alerta, se ralentiza en el descanso. Así se sostiene la vida. Un corazón que solo acelera se agota. Uno que solo descansa, se apaga.
La variabilidad de la frecuencia cardíaca mide la capacidad de alternar entre activación y recuperación. En la vida contemporánea, esa variabilidad se reduce. Se vive acelerado incluso en reposo. El cuerpo puede estar quieto, pero la mente… A veces parece que cada vez nos cuesta mas distinguir entre lo urgente y lo importante.
Parar, detenerse, desacelerar es una necesidad biológica, humana, pero también es ahora un acto de resistencia. Respirar profundo, dejar espacio a la claridad. Escuchar ese pulso vital y su pausa. Devolverle al tiempo su respiración natural, es reinstalar la alternancia entre acción y quietud sin sentir culpa por detenerse.
Integrar micro-rituales —una respiración antes de responder, un silencio antes de iniciar, una caminata sin objetivo— no busca optimizar, sino estar.
Hacia una soberanía atencional
La aceleración y la captura de la atención no son inevitables. Son el resultado de estructuras que pueden cuestionarse.
La soberanía atencional implica decidir dónde, cómo y en qué se invierte el foco. Resistir la captura permanente.
Lograrlo requiere cambios estructurales, desde rediseños organizacionales hasta regulaciones. Incentivar prácticas individuales y colectivas que reintroduzcan la pausa, el ritual y la acción sin propósito productivo. Es reconstruir los espacios donde la vida no esté subordinada al rendimiento, la producción, ni la socialización forzada.
La solución, quizás, no está en el retiro, sino más bien en restituir el margen temporal para habitar la vida con presencia
Por O.E. Benitez

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